El 16 de Abril de 2001 el diario La Nación de Buenos Aires publicó un interesantísimo artículo de Mario Bunge titulado “La idea de proyecto nacional”. El mencionado artículo comenzaba con una frase impactante: “Cuando alguien menciona la expresión "proyecto nacional", los fanáticos de la libre empresa y del librecambio lo acusan de socialismo. Les parece bien que los individuos y las empresas hagan planes, pero no que los hagan los gobiernos. Creen que las naciones debieran ir a la deriva, a lo sumo guiadas por la Providencia, o al menos por la Mano Invisible. Pero, dado que tanto la una como la otra son inescrutables, en realidad esos doctrinarios nos invitan tácitamente a que nos pongamos en sus manos. "No te preocupés, pibe. Yo te lo arreglo todo." Y finalizaba Bunge con una sentencia no menos acertada: “Hay que planificar no solo en pequeño sino también, y sobre todo, en grande. Hay que proponerse metas ambiciosas pero alcanzables. Hay que diseñar proyectos en todas las escalas: "micro", "meso" y "macro". Quien no planifica es víctima de algún planificador. Si esto se sabe en países tan diferentes como Luxemburgo y Canadá, ¿llegará a saberse en la Argentina?”.
A juzgar por la realidad – sobre todo por la crisis energética - , y por las declaraciones de algunos funcionarios públicos, parece que todavía no, a 6 años de la publicación de aquel artículo.
El Ministro Julio De Vido ha dicho, consultado sobre la crisis energética que sufre el país,: "Nosotros no hacemos futurología; estamos trabajando para que esto se normalice mañana".
No se trata de hacer futurología; se trata de planificar un verdadero proyecto energético a corto, mediano y largo plazo, con sentido nacional. Se trata de planificar desde el Estado, para evitar que los argentinos sigamos siendo víctimas de “algún planificador”.
Y planificación estatal con sentido nacional, al servicio de los intereses de la enorme mayoría de los argentinos, es lo que brilla por su ausencia desde hace muchos años. Por lo tanto, el primer paso para superar la crisis es reconocer lo obvio: el estrepitoso fracaso del modelo energético impuesto desde principios de los ´90 por Carlos Menem y Néstor Kirchner. El modelo de la privatización, entrega y extranjerización de los recursos energéticos estratégicos (petróleo, gas, represas hidroeléctricas), el de la desregulación, el de la falta de planificación estatal, el del Estado desertor, ha demostrado claramente sus consecuencias: desinversión, orientación de las inversiones realizadas no en función de los intereses nacionales y populares sino al servicio de los intereses de empresas oligopólicas, mayormente extranjeras, que remiten al exterior la renta obtenida; saqueo de los recursos naturales; debilitamiento del Estado como orientador e impulsor del desarrollo energético; y en definitiva el déficit del sector para dar respuesta a la mayor demanda de energía se ha transformado en el cuello de botella que frenará el crecimiento de la economía, en un momento de extraordinarias condiciones internacionales, que favorece como pocas veces en su historia la expansión de la economía argentina.
Ningún país “serio” del mundo hizo el descalabro energético que hicieron Menem y Kirchner a partir de los ´90; descalabro que por otra parte sigue en pie. Más allá de la retórica cínica e hipócrita del atril o la tribuna, el modelo energético menemista y kirchnerista en la versión de los ´90 no ha sido modificado un ápice, más que en cuestiones de cosmética aptas para la gesticulación demagógica pero no para las transformaciones estructurales que requiere la sociedad.
El segundo paso es establecer las bases de un nuevo proyecto estratégico de desarrollo energético para la Argentina del siglo XXI. Este proyecto deberá contemplar la recuperación de la renta petrolera y gasífera, la reestructuración de un nuevo rol de un Estado moderno y eficiente, y deberá tener en cuenta los desarrollos científicos y tecnológicos que moldearán la matriz energética de las próximas décadas. El petróleo, el gas, los recursos hidroeléctricos, la energía nuclear, los biocombustibles, la biomasa, la energía solar, la eólica, etc.. deben permitir a la Argentina comenzar a transitar un camino de recuperación de la soberanía energética. Recursos naturales y humanos no nos faltan. Falta voluntad política detrás de un rumbo claro. Falta un plan energético para un proyecto nacional de desarrollo sostenible con autodeterminación.
Planificar con sentido nacional fue lo que hicieron Yrigoyen, Alvear y Mosconi cuando crearon YPF de la nada. Planificar con sentido nacional fue lo que hizo, a su modo, Juan Domingo Perón, cuando creó Gas del Estado y la Comisión Nacional de Energía Atómica. Planificar con sentido nacional fue lo que hizo Arturo Illia con su política petrolera y el impulso a las represas hidroeléctricas.
Es imperioso volver a tener un Estado que planifique, para que los argentinos dejemos de ser víctimas de poderosos intereses foráneos que planifican puntillosamente.
* Por José Antonio Artusi *
* Diputado Provincial electo por la UCR de Entre Ríos.-
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